martes, 30 de junio de 2015

De Arenques rojos y otros peces

A mediodía, mientras Oshima almuerza en el jardín, yo lo sustituyo detrás del mostrador.

Me gustaría hacerles algunas preguntas —dice una de las mujeres. La alta. Su tono de voz es duro y tenso. Me recuerda un mendrugo de pan olvidado en el fondo del armario.

— ¿De qué se trata?

Ella frunce el ceño y se me queda mirando enarcando las cejas. —¿No serás por casualidad estudiante de bachillerato?

Sí. Estoy aquí haciendo un cursillo —le respondo.

¿Puedes llamar a alguien con más responsabilidad?

Voy al jardín en busca de Oshima.

Él toma despacio un sorbo de café para tragar lo que tiene en la boca, se sacude las migas de pan de las rodillas y acude.

— ¿Puedo ayudarla en algo? —pregunta Óshima afablemente.

—Trabajamos para un organismo que se encarga de investigar sobre el terreno, desde el punto de vista de la mujer, diversas instalaciones culturales públicas de todo el país para evaluar la facilidad de uso y la equidad en el acceso a éstas. Es decir, facilidad de acceso de las mujeres a las instalaciones —dice la mujer—. Es un estudio que estamos llevando a cabo durante un año, a lo largo del cual visitamos cada uno de los centros y estudiamos sus instalaciones para luego publicar un informe con el resultado de nuestras investigaciones. En este trabajo colaboran muchas mujeres y nosotras somos las encargadas de esta zona.

¿Le importaría decirme cómo se llama ese organismo? —pregunta Óshima.

La mujer saca una tarjeta y se la entrega. Oshima, sin cambiar la expresión del rostro, la lee con suma atención, la deposita sobre el mostrador, luego levanta la cabeza, clava la mirada en su interlocutora y le dedica una deslumbrante sonrisa. Una sonrisa tan magnífica que, de tratarse de una mujer más normal, habría enrojecido. Pero ella ni siquiera arquea una ceja.

—En conclusión, lo que quería comunicarle es que en esta biblioteca hemos detectado, por desgracia, algunos problemas —dice ella.

¿Se refiere usted a problemas desde el punto de vista de la mujer? —pregunta Oshima.

—Así es. Desde el punto de vista de la mujer —responde ella. Luego carraspea—. Y nos gustaría conocer la opinión de la administración de la biblioteca sobre estas cuestiones.

—En el caso que nos ocupa, la palabra administración es casi un poco exagerada, pero, si yo puedo serles de alguna utilidad, estoy a su disposición.

Bien. En primer lugar, ustedes no tienen lavabos de mujeres, ¿cierto?

—Sí. En esta biblioteca no hay lavabo de mujeres. Los lavabos son de uso compartido.

—Por mucho que ésta sea una entidad privada, al tratarse de una biblioteca abierta al público, ¿no cree usted que, ya por principio, los lavabos deberían estar separados?

—¿Por principio? —Óshima repite las palabras de su interlocutora como para cerciorarse.

—Sí. Los lavabos compartidos facilitan diversos tipos de acoso. Según nuestros estudios, la mayoría de mujeres se manifiesta terminantemente contraria al uso de lavabos compartidos. Éste es un caso claro de desatención hacia sus usuarias.

¿Desatención? —cuestiona Oshima. Y, por la expresión de su cara, parece que se haya tragado, por error, algo amargo. Evidentemente, las connotaciones de esa palabra no le gustan.

—Falta de atención deliberada.

¿Falta de atención deliberada? —vuelve a repetir él. Y reflexiona unos instantes sobre la brusquedad de esa frase.

En fin, ¿y qué opina usted al respecto? —pregunta la mujer conteniendo a duras penas la irritación.

Tal como puede usted observar, esta biblioteca es muy pequeña —dice Oshima—. Y, por desgracia, no tenemos suficiente espacio para construir unos lavabos para hombres y otros lavabos separados para mujeres.

Posiblemente, sería deseable que los hubiera, pero por el momento ninguna de nuestras usuarias se ha quejado. Por suerte o por desgracia, a nuestra biblioteca no acude tanta gente. Y si ustedes defienden el uso de lavabos separados, les sugiero que se dirijan a la empresa Boeing en Seattle y les expongan el tema de los lavabos en los Jumbo. Los Jumbo son mucho más grandes que esta biblioteca, están mucho más llenos de gente y, por lo que sé, a bordo los lavabos son de uso compartido.

La mujer alta entorna los ojos con expresión severa y se queda mirando a Oshima a la cara. Al entornar los ojos se le pronuncian los pómulos de ambas mejillas. Al mismo tiempo, las gafas se le deslizan por la nariz hacia arriba.

—El objeto de la investigación que nos ocupa no son los medios de transporte. ¿A qué viene mencionar ahora los Jumbo?

Dado que los lavabos de los Jumbo son de uso común y los de la biblioteca también lo son, si pensamos en términos de principios, los problemas derivados de este uso compartido son los mismos, ¿no es cierto?

Nosotros estudiamos las instalaciones de cada una de las instituciones. No hemos venido hasta aquí para hablar de principios.

De los labios de Oshima no se borra la plácida sonrisa.

— ¿Ah, no? Creía que estábamos hablando de principios.

Al parecer, la mujer alta se da cuenta de que ha metido la pata. Sus mejillas enrojecen un poco. Pero no se deben al sex appeal de Oshima. Ella intenta recuperar posiciones.

En estos momentos no es el problema de los Jumbo el que nos ocupa. No confunda usted las cosas sacando a colación lo que no tiene nada que ver.

—De acuerdo. Dejemos el tema de los aviones —dice Óshima—. Mantengamos los pies en el suelo.

Ella dirige una mirada hostil a Oshima. Toma una bocanada de aire y prosigue:

—Otra cosa de la que quería hablarle es de la clasificación de los autores por sexos.

—Sí, efectivamente. Este catálogo lo hizo mi predecesor y, no sé por qué razón, llevó a cabo una clasificación por sexos. Tengo intención de rehacerlo, pero aún no he podido disponer del tiempo necesario para ello.

—A esto nosotras no tenemos nada que objetarle —dice ella. Óshima ladea ligeramente la cabeza.

—Sin embargo, el problema es que, en todas las materias, los autores masculinos van delante de las autoras femeninas —explica ella—. Y a nosotras eso nos parece una injusticia, algo que va contra el principio de igualdad entre los sexos.

Oshima coge la tarjeta, la lee, vuelve a depositarla sobre el mostrador.

—Señora Soga —dice Oshima—. En la escuela, cuando pasaban lista, Soga iba delante de Tanaka y detrás de Sekine. ¿Puso usted alguna objeción a esto? ¿Exigió alguna vez que lo leyeran al revés? ¿Se enfada porque en el alfabeto la «ge» va detrás de la «efe»? ¿Piensa hacer la revolución porque la página 68 del libro va detrás de la 67?

—Esto es diferente —replica airada elevando el tono de voz—. Usted está todo el rato confundiendo las cosas de manera deliberada.

Al oírlo, la Mujer baja que sigue tomando notas ante la estantería se acerca corriendo.

—Confundiendo las cosas de manera deliberada —Oshima repite las palabras de su interlocutora como si las subrayara.

— ¿Lo niega acaso?

—Red herring —dice Oshima. La mujer llamada Soga se queda con la boca abierta, muda—. En inglés hay una expresión que se llama red herring. Se refiere a algo que capta el interés y que desvía la atención del terna central. Un arenque rojo. Lo que no puedo explicarle, sin embargo, con mis pobres conocimientos, es de dónde viene esta expresión.


—Sean caballas o arenques, usted está intentando eludir la cuestión.

O—Hablando con propiedad, lo que yo hago es una analogía Óshima—. Según Aristóteles, se trata de uno de los más eficaces métodos en el arte de la oratoria. Los ciudadanos de la antigua Atenas utilizaban y disfrutaban cotidianamente de este engaño intelectual. Claro que es una verdadera lástima que, en la Atenas de aquella época, la definición de ciudadano no incluyera a las mujeres.

— ¿Se está burlando de nosotras?

—A lo que yo me refiero es a lo siguiente. Si ustedes tienen tiempo para ir a una pequeña biblioteca de una pequeña ciudad, husmear por todas partes y tratar de poner pegas a cómo están los lavabos y las fichas catalográficas, también podrían encontrar otras maneras más efectivas de defender los justos derechos de las mujeres de este país. Nosotros nos desvivimos para que esta biblioteca sea de alguna utilidad en la región. Hemos reunido una excelente colección de textos para gente que ama los libros. Ponemos todo nuestro corazón en el trato con el público. Quizás ustedes no lo sepan, pero nuestra colección de estudios y documentos sobre poesía, que abarca desde la era Taisho hasta mediados de Shówa, goza de una gran reputación en todo el país. Tenemos defectos, por supuesto. Y también limitaciones, eso ni siquiera hace falta decirlo. Pero hacemos cuanto podemos. Fíjense más en lo que hemos conseguido y menos en lo que no hemos podido conseguir. ¿Acaso no reside en esto la justicia?

La mujer alta mira a la baja y la baja alza la vista hacia la alta. Entonces la baja habla por primera vez. Su voz es aguda y chillona.

Lo que usted está haciendo, en definitiva, es eludir la cuestión empleando argumentos vacíos para no tener que asumir la responsabilidad que le toca. En realidad, lo que está usted llevando a cabo no es más que un pobre intento de autojustificación. Usted es un patético ejemplo histórico de macho falócrata.

Patético ejemplo histórico —repite Oshima impresionado. Por el tono de su voz, parece que le gusta bastante cómo suena la frase.

Es decir, que usted es el típico macho machista —dice la alta, incapaz de contener la ira.

Macho machista —repite de nuevo Oshima.

La baja, ignorándolo, prosigue:

Usted esgrime pretextos machistas baratos formulados para seguir manteniendo inalteradas sus prerrogativas sociales, rebaja usted a la mujer como género a una ciudadanía de segunda categoría y pretende despojar a las mujeres de sus derechos legítimos. Quizá su postura sea más inconsciente que deliberada, pero este hecho, a mi parecer, agrava todavía más su delito. Usted quiere preservar sus privilegios como macho a costa del sufrimiento de la mujer. Y esta falta de conciencia inflige un perjuicio indecible tanto a la mujer como a la sociedad en su conjunto. El tema de los lavabos y de la catalogación de las fichas no es más que un pequeño detalle, por supuesto.

Pero donde no existen los detalles no existe el todo. Y empezar por los detalles es la única forma posible de erradicar de esta sociedad la falta de conciencia que la lastra. Éste es nuestro principio de actuación.

—Y así es como siente cualquier mujer bien nacida —añade la otra con semblante inexpresivo.

—« ¿Cualquier mujer bien nacida no actuaría así, al comprobar las desgracias paternas, las que compruebo yo de día y de noche que se acrecientan más que menguan?» —dijo Oshima.

Las dos, una junto a la otra, permanecen mudas como un iceberg.

—Electra, de Sófocles. Una obra maravillosa. La he releído muchas veces. A propósito, la palabra «género» es, ante todo, un término gramatical. Para expresar la diferencia física entre hombres y mujeres, creo que sería más exacta la palabra «sexo». En este caso, se hace un uso erróneo de la palabra «género». Son unos pequeños detalles lingüísticos, claro está. —A esto le sigue un silencio gélido—. Sea como sea, lo que dicen ustedes está equivocado de base —comenta Oshima con tono calmado pero tajante—. Yo no soy un patético ejemplo histórico de macho machista.

¿Y podría explicarnos de una forma fácil de entender dónde reside esta equivocación de base? —pregunta la mujer baja con aire desafiante.

Sin analogías ni alardes intelectuales, por favor —agrega la alta.

De acuerdo. Voy a explicárselo de una manera sincera y fácil de entender, sin analogías ni alardes intelectuales —dice Oshima.

Se lo ruego —dice la alta. Y la otra asiente con un conciso gesto afirmativo.

—Pues, en primer lugar, porque yo no soy un hombre —declara Oshima.

Las dos se quedan sin palabras, perplejas. También yo contengo el aliento y le echo una mirada rápida a Oshima, a mi lado.

—No haga bromas estúpidas —replica la mujer baja tras un intervalo. Pero da la impresión de que lo dice sólo por decir algo. Sin convicción.

Oshima se saca la cartera del bolsillo de sus pantalones, extrae de ésta un carnet plastificado y se lo da. El carnet incluye una fotografía. Al parecer, es el carnet de identificación personal de algún hospital. La mujer baja lee lo que pone en el carnet, frunce el ceño y se lo entrega a la alta. Ésta lo lee a su vez y, tras dudar unos instantes, se lo devuelve a Óshima con cara de estar pasándole un mal naipe.

¿Quieres verlo tú también? —me pregunta Oshima. Sacudo la cabeza en ademán negativo. Él introduce el carnet en la cartera y se la guarda de nuevo en el bolsillo de los chinos. Luego, deposita ambas manos sobre el mostrador.

Por lo tanto, como ustedes han podido comprobar, tanto desde el punto de vista biológico como desde el punto de vista legal, yo soy, sin ningún género de dudas, una mujer. Lo que significa que sus afirmaciones están equivocadas de base. Es evidente que yo no puedo ser el típico macho machista.

—Pero... —La mujer alta empieza a hablar, pero no logra encontrar las palabras para proseguir. La baja mira al frente con los labios apretados, dándose tirones a la manga de la blusa con la mano derecha.

Sin embargo, aunque tenga un cuerpo de mujer, mi mente es totalmente masculina —prosigue Oshima—.

Yo, desde el punto de vista psicológico, vivo como un hombre. Por lo tanto, podría ser cierto aquello que ha dicho usted del ejemplo histórico. Tal vez yo sea un redomado sexista. Pero, aunque tenga este aspecto, no soy lesbiana. Mis preferencias sexuales se decantan por los hombres. Es decir, que aunque sea una mujer, soy gay. Jamás he usado la vagina, siempre practico el sexo anal. Mi clítoris es sensible, pero mis pezones no demasiado. No tengo la menstruación. ¿Qué voy a discriminar yo? ¿Me lo pueden explicar?

Los tres nos volvemos a quedar sin palabras. Enmudecemos. Alguien carraspea y el sonido resuena por la estancia de un modo improcedente. El tictac del reloj de pared suena más fuerte y más seco que nunca.

Lo siento en el alma, pero antes me he quedado a media comida —dice Oshima risueño—. Estaba comiéndome un rollito de atún y espinacas. A medio rollito, ustedes me han llamado y yo he venido. Si lo dejo mucho rato, tal vez aparezca algún gato del vecindario y se lo coma. En esta zona hay muchísimos gatos. Porque mucha gente abandona a los gatitos en un pinar que hay en la playa. Así que, si no les importa, voy a seguir con mi almuerzo. Ustedes procedan como si estuviesen en su casa. Esta biblioteca tiene las puertas abiertas a todos los ciudadanos. Mientras no incumplan las normas de la biblioteca ni molesten a los lectores, son libres de hacer lo que deseen. Observen lo que quieran y todo el tiempo que quieran. Son libres de escribir lo que deseen en su informe. Claro que, posiblemente, a nosotros nos traiga sin cuidado. Jamás hemos recibido subvención ni indicación alguna. Siempre hemos hecho las cosas de la manera que nos ha parecido más acertada. Y es lo que, además, pretendemos seguir haciendo.

Al irse Oshima, se miran la una a la otra en silencio y, a continuación, las dos me miran a mí. Tal vez piensan que soy el novio de Óshima. Yo sigo ordenando las fichas catalográficas sin decir nada. Las dos susurran un rato junto a las estanterías, pero pronto recogen sus cosas y se van. La expresión de sus rostros es muy dura. Al recoger las mochilas en el mostrador ni siquiera me dan las gracias.

Kafka en la orilla

Haruki Murakami


Yo pido perdón por todas las conductas eminentemente machistas que podamos tener. Cuando yo nací, la sociedad ya estaba ahí. "Conduces como una niña", "corres como una chica", "Mi marido ayuda en casa". Ahí están, mal por supuesto, pero están, y cuando te paras a reflexionarlo sabes que es incorrecto.

No obstante, cuando nos sintamos ofendidos por una afrenta, ya sea de tipo desigualdad de género (o sexo, como corrige Oshima) o de cualquier otro tipo, mucho más sano sería nuestro mundo si en vez de prejuzgar nos parásemos a pensar. El texto es un ejemplo, pero en nuestra vida cotidiana, a poco que pensemos, encontraremos mil situaciones. Que nuestro mundo sea más sano depende de todos, y seguro que yo tengo un granito de arena que aportar, como ofendido o como ofensor. Pues lo aporto.

No hagamos lo antinatural de lo natural. Las cosas, con educación desde que tenemos uso de razón, salen solas. No hagamos leyes de (dis)paridad o (des)igualdad. ¿Por qué tiene que haber el mismo número de mujeres que de hombres en un gobierno? ¿No sería discriminatorio para muchas mujeres el tener que quedarse fuera de un gobierno porque tienen que entrar el mismo número de hombres? Sentido común, el menos común de los sentidos.



Sos quiero, mucho, PN

lunes, 29 de junio de 2015

Del Parchís y otros juegos

La primera vez que intentamos jugar con mi sobrina al Parchís fue una tarea francamente complicada. En realidad ella suponía que la finalidad del juego era derribar con los dados a las piezas del juego. Sonaría ridículo si no matizara que el Parchís en realidad era de Doraemon y las piezas pesaban lo suficiente como para cambiar al juego de los bolos.


Con 5 años supusimos que ya sería capaz de comprender las reglas. Sobra decir que yo empece muy fuerte y me desinflé, como siempre, y que la experiencia es un grado en esto de la vida (vamos que ganó mi padre...). Mi sobrina fue la segunda en discordia, cierto es que con ayuda de su madre. Desde el momento en que mi padre saco dados, le salió el número deseado, y movía la ficha de Doraemon (cualquier parecido con la realidad puede ser mera coincidencia) hacia su destino final, los argumentos esgrimidos por mi sobrina por lo que no debía ganar fueron multiples. 

En 1978 se inició otro juego del Parchís en España. Las piezas rojas, azules, verdes y amarillas firmaron una serie de normas que recogerían por escrito y que sentarían las bases de los que llamaron Transición. Se llamó así, entiendo, porque se pasaba de un regimen dictatorial a uno democrático. En cambio no había una norma escrita en la que se dijese lo que significaba en sí. 

Años antes, 1939, acababa una guerra civil en España, que si fue desastrosa para este país el tiempo que duró, bajo mi punto de vista puede seguir siendo desastrosa casi 80 años después. Uno de los aspectos más importantes de la transición fue que ambos contendientes del conflicto, si reducimos solo a dos contrincantes este episodio tan complicado desde el punto de vista ideológico (tanto en España como en Europa), decidían dejar de lado cualquier cosa que hubiera ocurrido en los 40 años anteriores para iniciar un periodo en el que cualquier agravio estaba perdonado y olvidado. Eran las reglas del juego.

Año 2007. El consejo de ministros presidido por JL Rodríguez Zapatero aprueba la ley 52/2007 de Memoria Histórica. Resulta que las reglas de juego que se habían (no) firmado en 1978 cambian. Han pasado 30 años y, cual niña de 5 años, ya no nos interesa jugar a lo que antes habíamos jugado, ahora no se cuentan 20 cuando te comes una ficha. El perdón y el olvido eran mentira, no se han olvidado:


La entrada de hoy viene a colación de un tweet que leí del señor Joaquín Leguina el otro día:

Este tweet en sí es una mera opinión, como puede ser la mía, dada con respeto. De estas tardes que tenía un buen rato de autobús en un atasco en Londres (¿un atasco en Londres?) y como no había tweets más bonitos decidí leer comentarios a este primero. A-LU-CI-NÉ. Odio por todos los sitios posibles. Algunos llegaron a llamarle facha por dar una opinión que no se correspondía con la suya. Imaginé, detrás de la imagen de perfil, anónima por supuesto, a un joven veinteañero dándole lecciones a un doctor en Ciencias Económicas por la Complutense de Madrid y en Demografía por la Sorbona de París, pero ante todo, reputadisimo antifranquista (cuando había que serlo), y cito de wikipedia:


"La actividad política de Joaquín Leguina comenzó ya en la universidad, en grupos antifranquistas. Posteriormente militó en el FELIPE,2 en Convergencia Socialista de Madrid (donde coincidió con personajes como Juan BarrancoEnrique Barón o José Barrionuevo) y, tras la confluencia de ésta con la Agrupación Socialista Madrileña, en el PSOE (1977)."


Estamos en la sociedad de cualquier opinión es válida, de saltarnos lo del respeto a las opiniones ajenas a la torera, y en el caso particular que nos ocupa, en la de el "y tu más". En vez de fijarnos en doctores de prestigio (en esto de la vida) para alcanzar un progresismo en nuestra sociedad, nos retrotraemos al "arderéis como en el 36". Progresar es volver 80 años atrás. Y de aquellos barros, estos lodos:


Yo, sinceramente, a este juego del odio, no voy. Me quedo jugando al parchís, aunque sea con las reglas de mi sobrina. Es bastante menos peligroso que el juego al que queremos jugar.


Sos quiere, PN

domingo, 28 de junio de 2015

De banderas y otros símbolos....

Inicio esta entrada tras leer en una foto subida al grupo de Madridejos mas de 120 comentarios, todos ellos cargados de odio, revanchismo y palabras más feas...

La foto en sí es de una bandera del día del orgullo gay (perdón por no poner del colectivo LGTB, pero es que tenemos un problema de hacernos los ofendidos con facilidad, y yo como me niego a pasar por ese aro, y de eso hablare otro día, lo dejo en bandera del día del orgullo gay, que todos los que lo quieran entender lo entenderán).

Mi opinión al respecto es que me da exactamente igual. No creo que sea necesario para nada, pero si alguien ha decidido hacerlo, dudo que nadie tenga que sentirse ofendido. Cada día, sin salirme de mi linea de autobús en Londres, veo católicos, protestantes, musulmanes, judíos, gays, fontaneros, aficionados del Chelsea y campeones del mundo de Croquet. Algún día veré al extraterrestre de Los Simpsons y me parecerá la mar de normal.




En definitiva, veo una maraña de gente que pasa totalmente desapercibida. Nadie se escandaliza de ver mujeres con burka, cosa que en España todavía hay gente que le parece una falta de educación. Aquí no pasa, aquí cada uno es libre de hacer lo que le de la gana con su vida, sin molestar al de al lado: "Tu libertad acaba donde empieza la mía" o como dice el gran Vicente Maroto, "Tu libertad acaba donde empieza mi tele".




Spain is different, no me gusta UK más que España, me lo oiréis decir muchas veces, no, no me gusta más, pero no me negareis que nos estamos cargando nuestro país con un ahínco que da hasta miedo. Nos encanta meternos en guerras que ni nos van ni nos vienen, sabemos adorar u odiar hasta límites insospechados, pero no sabemos respetar. Y con el guerracivilismo que tenemos encima... (Ese tema da para varios episodios.... Episodios Nacionales)

El otro día me acordaba (otra vez) de los famosos tweets de Zapata. En este caso del tweet donde ridiculiza el exterminio judío. Y me acordé porque iba caminando por Oxford y al torcer una esquina nos encontramos una especia de reunion en un parque. Vimos algunas banderas Palestinas y de repente algunos sombreros típicos judíos. Yo instintivamente me separe como temiendo algún conflicto, y no, todo lo contrario, estaban dialogando animadamente. En cambio en España resulta que odiamos a personas que no hemos visto en nuestra vida, teniendo en cuenta que fueron expulsados hace 500 años. Una amiga mía se casó recientemente con un Judío norteamericano, y le preguntó preocupado que cual era la idea que tenemos en España de los judíos y esa duda ella me la trasladó a mi. Yo no lo se.... se ve que Zapata sabe mucho....



Sos quiere, PN







sábado, 27 de junio de 2015

Ciao a tutti!

Sirva este primera entrada para saludar a todo aquel que entre en este blog y para hacer una pequeña declaración de intenciones de lo que quiere ser este espacio.

Es muy probable que esta entrada sea la primera y la última, y/o que solo la lea yo, pero la idea de hacer un blog donde expresar mis inquietudes, opiniones, aprendizajes o simplemente para poner un poco de la música que día a día voy conociendo, me lleva rondando la cabeza desde hace bastante tiempo.

El nombre del blog viene de una palabra poco conocida, al menos por mi hasta que leí una carta dominical de Pedro J. Ramírez:
Esta palabra me hizo especial gracia al leer su significado y al intentar entender por qué describía así Pedro J. a Rajoy, entendiéndose este como alguien que "no hace nada", como lo eran los muñecos de los torneos medievales. Una de las acepciones del diccionario de la R.A.E. es la siguiente:

Pasmarote, persona pasmada o embobada.

Sin embargo, si se lee la primera de las definiciones con cautela, se puede extraer una idea más:

Muñeco giratorio, usado en los torneos medievales, que llevaba un escudo en la mano izquierda y una correa con bolas o saquitos de arena en la derecha, y que, al ser herido en el escudo con una lanza por jugadores que pasaban corriendo, se volvía y golpeaba con las bolas o con los saquitos al jugador que no pasaba rápido.

¡Cuidado con los estafermos! de no ser así, podemos recibir el golpe que origina nuestra propia fuerza, siendo este, obviamente, proporcional a la fuerza con la que nosotros empujemos.

Vivimos en este siglo XXI la vorágine de las redes sociales. No hace mucho del caso del concejal del ayuntamiento de Madrid que había vertido (por no decir vomitado) algunos tweets acerca de personas fallecidas o mutiladas... Posiblemente si hubiera actuado como lo hacían los antiguos caballeros al acercarse a este muñeco todo este revuelo no habría ocurrido: CAUTELA, para realizar un movimiento perfecto, y MESURA, para, de no ser así, pues nadie es perfecto, evitar que el golpe que recibamos no sea muy grave...

Mesura no significa quedarse siempre corto, pues de ser así los caballeros nunca podrían haber roto con su lanza el escudo rival. De no ser así, en este blog que aquí comienza, no podríamos ser críticos con este mundo que nos rodea, tan necesitado de soluciones, o al menos de tiritas....

Aprovechando que uno anda por Londres, la "tirita" musical de hoy es muy British:

Rainbow - Since You've Been Gone


Sos quiero, PN