Con 5 años supusimos que ya sería capaz de comprender las reglas. Sobra decir que yo empece muy fuerte y me desinflé, como siempre, y que la experiencia es un grado en esto de la vida (vamos que ganó mi padre...). Mi sobrina fue la segunda en discordia, cierto es que con ayuda de su madre. Desde el momento en que mi padre saco dados, le salió el número deseado, y movía la ficha de Doraemon (cualquier parecido con la realidad puede ser mera coincidencia) hacia su destino final, los argumentos esgrimidos por mi sobrina por lo que no debía ganar fueron multiples.
En 1978 se inició otro juego del Parchís en España. Las piezas rojas, azules, verdes y amarillas firmaron una serie de normas que recogerían por escrito y que sentarían las bases de los que llamaron Transición. Se llamó así, entiendo, porque se pasaba de un regimen dictatorial a uno democrático. En cambio no había una norma escrita en la que se dijese lo que significaba en sí.
Años antes, 1939, acababa una guerra civil en España, que si fue desastrosa para este país el tiempo que duró, bajo mi punto de vista puede seguir siendo desastrosa casi 80 años después. Uno de los aspectos más importantes de la transición fue que ambos contendientes del conflicto, si reducimos solo a dos contrincantes este episodio tan complicado desde el punto de vista ideológico (tanto en España como en Europa), decidían dejar de lado cualquier cosa que hubiera ocurrido en los 40 años anteriores para iniciar un periodo en el que cualquier agravio estaba perdonado y olvidado. Eran las reglas del juego.
Año 2007. El consejo de ministros presidido por JL Rodríguez Zapatero aprueba la ley 52/2007 de Memoria Histórica. Resulta que las reglas de juego que se habían (no) firmado en 1978 cambian. Han pasado 30 años y, cual niña de 5 años, ya no nos interesa jugar a lo que antes habíamos jugado, ahora no se cuentan 20 cuando te comes una ficha. El perdón y el olvido eran mentira, no se han olvidado:
La entrada de hoy viene a colación de un tweet que leí del señor Joaquín Leguina el otro día:
Este tweet en sí es una mera opinión, como puede ser la mía, dada con respeto. De estas tardes que tenía un buen rato de autobús en un atasco en Londres (¿un atasco en Londres?) y como no había tweets más bonitos decidí leer comentarios a este primero. A-LU-CI-NÉ. Odio por todos los sitios posibles. Algunos llegaron a llamarle facha por dar una opinión que no se correspondía con la suya. Imaginé, detrás de la imagen de perfil, anónima por supuesto, a un joven veinteañero dándole lecciones a un doctor en Ciencias Económicas por la Complutense de Madrid y en Demografía por la Sorbona de París, pero ante todo, reputadisimo antifranquista (cuando había que serlo), y cito de wikipedia:
"La actividad política de Joaquín Leguina comenzó ya en la universidad, en grupos antifranquistas. Posteriormente militó en el FELIPE,2 en Convergencia Socialista de Madrid (donde coincidió con personajes como Juan Barranco, Enrique Barón o José Barrionuevo) y, tras la confluencia de ésta con la Agrupación Socialista Madrileña, en el PSOE (1977)."
Estamos en la sociedad de cualquier opinión es válida, de saltarnos lo del respeto a las opiniones ajenas a la torera, y en el caso particular que nos ocupa, en la de el "y tu más". En vez de fijarnos en doctores de prestigio (en esto de la vida) para alcanzar un progresismo en nuestra sociedad, nos retrotraemos al "arderéis como en el 36". Progresar es volver 80 años atrás. Y de aquellos barros, estos lodos:
Yo, sinceramente, a este juego del odio, no voy. Me quedo jugando al parchís, aunque sea con las reglas de mi sobrina. Es bastante menos peligroso que el juego al que queremos jugar.
Sos quiere, PN
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